Carla Simón: "La generación de la heroína fue silenciada, pero tuvo libertad y valentía"
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Allá por 2017, una entonces debutante Carla Simón (1986) arrasaba en la Berlinale de aquel año y su película conseguía llevarse el Premio a la Mejor Ópera Prima. Una hazaña considerable para Verano 1993, un primer largometraje al que se definió también como "un pequeño milagro" y que ya por entonces mostraba todo lo bueno del cine de Simón. La cinta ponía sobre la mesa todas las obsesiones de su artífice, que son el tema central de sus obras: la familia, la muerte de los padres, los vínculos, la memoria y la pérdida de la infancia y la inocencia. Todo desde un punto de vista naturalista y reflexivo, un estilo inconfundible, aunque posteriormente muy imitado (lo que indica algo bueno).
No es sencillo crear un estilo propio y reconocible en el cine, especialmente con una carrera que acaba de despegar, pero la catalana lo ha hecho. Ocho años después, termina la trilogía que arrancó a andar aquel 2017 y que después continuó con Alcarràs (2022), ganadora del Oso de Berlín, lo que convirtió a Simón en la primera directora española en vencer en uno de los cuatro grandes festivales. Alcarràs recuperaba lo que Unamuno llamaba la intrahistoria, centrando el foco en una familia de agricultores catalana. Romería, sin embargo, el broche final de esta trilogía (que se estrena en cines este próximo viernes 5 y que arrasó en Cannes junto a Sirat y que ha sido preseleccionada para competir en los Oscar) tiene más similitudes con Verano 1993, pues se centra de nuevo en la propia historia de Simón y en la de sus padres, fallecidos ambos de sida cuando ella era muy pequeña.
En esta ocasión ha optado Simón por un tono en ocasiones más onírico y menos costumbrista, lo que también la aleja de las dos propuestas anteriores. "Sabía que era un riesgo, pero me apetecía seguir probando cosas nuevas, creciendo como cineasta y explorando nuevos caminos", cuenta Carla Simón en entrevista con este periódico. "Al intentar reconstruir la historia de mis padres me di cuenta de que la memoria es subjetiva y selectiva. Incluso si mis padres estuvieran vivos y les preguntara, seguramente no sería del todo fiable. Surgió la idea de que, si no puedo recuperar esa memoria, podría inventarla a través del cine, crear esas imágenes que no tengo y, de alguna forma, resucitar a los muertos durante un rato para entender lo que pasó".
"La memoria es selectiva y no es fiable. El cine me sirve para resucitar a los muertos durante un rato y poder entender lo que pasó"
Si Verano 1993 recorría la infancia, Romería pone la lente en la juventud, el autodescubrimiento y el primer amor, aunque ambas se centran por igual en la pérdida de la inocencia. Aquí, Marina (una especie de alter ego de Simón protagonizado por Llúcia Garcia, con aires a su vez de Anna Karina) viaja a Vigo porque necesita la firma de sus abuelos paternos, a los que no conoce, para pedir una beca. Al conocer a la familia paterna y recomponer la historia de sus padres, fallecidos de sida cuando ella era una niña, descubrirá que había mucho que desconocía sobre ellos y que su propia familia se avergüenza de su pasado. Un homenaje a la generación perdida de los 80, arrasada por la epidemia de la heroína.
La directora cuenta que al crear ese mapa fragmentado de la memoria familiar, de alguna manera descubrió los huecos que le faltaban por rellenar: "Hacer una película siempre es una excusa para investigar cosas que te apetece saber. Hablar con mi familia me ayudó, pero lo más útil fue hablar con los amigos de mis padres porque algunos me dieron pistas muy interesantes. La película me sirvió para reparar y entender cómo funciona la memoria, y para entender que nunca sabré exactamente qué pasó. Al final, si no lo voy a saber, mejor me lo imagino y lo creo, y con eso puedo vivir en paz. Pero esa búsqueda nunca va a acabar y es algo con lo que voy a tener que vivir".
De todas maneras, aclara que rodar Romería no le ha servido para saldar cuentas con sus padres. "Eso lo dijo un periodista gallego, no yo. En todo caso, lo que he intentado hacer es empatizar con el dolor de mi familia, entender cómo vivieron la memoria no gestionada correctamente. Lo que conlleva el sida y la heroína fue vivido con mucho dolor, y eso explica por qué la memoria no se gestionó bien. La generación de los 80 estuvo muy silenciada, se les trató desde la culpa, como si hubieran hecho algo malo por caer en la heroína y luego tener sida, y yo, en cambio, creo que fue una generación con mucha libertad, que venía del franquismo y que tuvo la valentía de romper con todo lo que se les había enseñado. Eso permitió que estemos donde estamos".
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Romería huye de lo explícito para tratar un tema tan delicado como el sida mediante esas imágenes hipnóticas e ilusorias. "Es que me he dado cuenta de que las películas que cuentan el viaje a los infiernos por la heroína son siempre muy crueles y sórdidas, pero no todo el mundo vivió la adicción así", señala. "Algunos consiguieron salir: mi madre la dejó en un momento, pero luego vino el sida, que fue devastador. Lo que pasa es que la heroína no les definió por completo, aunque fuera una parte importante de sus vidas. Yo quería retratar esa juventud como algo lúdico, de fluir con lo que viniera, como cuando uno se embarca en un viaje sin saber muy bien a dónde va, pero disfrutando del momento".
Reflexiona Simón sobre la actual epidemia del fentanilo y si hay alguna semejanza con lo que fue la de la heroína. "Bueno, ya se sabe que hay muchas teorías sobre por qué no se hizo nada para frenar la entrada de la heroína. Realmente sabemos mucho sobre el narcotráfico con cocaína, pero poco sobre la heroína. Algunos piensan que mientras los jóvenes estuvieran metidos en las drogas no estaban en política. En este sentido, la entrada de la heroína parece haber tenido algo de deliberado o, al menos, de no hacer nada para evitarla. En cuanto al fentanilo, no estoy completamente informada, pero está afectando a mucha gente, y al igual que con la heroína, nadie sabía las consecuencias que produciría. Aunque yo no hago películas políticas porque no hago cine pensando primero en el mensaje, supongo que todas mis películas son políticas porque están contextualizadas y todos los contextos están marcados por la política. Yo parto siempre de algo íntimo y particular, pero acaba resonando algo más amplio".
"Piensan que mientras los jóvenes estuvieran metidos en las drogas no estaban en política"
Carla Simón contesta a las preguntas con un tono de voz calmado, tranquilo y dulce. Se ha disculpado por retrasarse un poco, dado que en una carambola de conciliación laboral ha traído a su bebé a la entrevista. De hecho, señala que es curiosa la transición de hija a madre. "Con la maternidad inevitablemente revisitas tu infancia, identificas cosas que tenías enterradas en la memoria y salen a la luz", explica. "Las tres películas que he hecho hasta ahora están más contadas desde la perspectiva de la hija o desde la nueva generación, pero Romería tal vez tenga un poco de identificación con los padres, viéndolos no solo como padres, sino como personas con su propia historia. Entender eso es algo que cuesta mucho, y lo comprendes mejor cuando tienes hijos. A partir de ahora, probablemente cambie mi punto de vista".
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Berlín o Cannes son la prueba: las películas de Carla Simón —pese a tener un carácter tan marcadamente español— funcionan extremadamente bien en el extranjero. ¿Qué tiene una película para tener carácter universal? Simón sonríe: "Bueno, son películas sobre la familia, y todas las personas tienen familia, aunque cada una sea diferente. Aunque las familias sean muy españolas, siempre hay algo de identificación universal. En el caso del sida, la historia cambia dependiendo del país. En España, tiene mucho que ver con la heroína, en el Reino Unido con la emigración africana, en EEUU con la comunidad homosexual. Pero el estigma sigue siendo el mismo. Así que sí, creo que las películas funcionan internacionalmente porque hay algo que resuena en ellas, algo que conecta con las emociones humanas".
Y... ¿Se ve Carla Simón dirigiendo una superproducción?
"Nunca digo que no a nada. Podría ser bonito probarlo algún día. Pero creo que mi estilo tiene algo que no se me va a ir, esa sensación de que todo ocurre por casualidad frente a la cámara. Aún tengo mucho por explorar en este sentido".
El Confidencial